jueves, 23 de octubre de 2014

De Playboy al Islam I


De Playboy al Islam (I)

La exitosa supermodelo que se atrevió a darle un giro total a su vida


“Hay más en la vida que ser un símbolo sexual.”
Felixia Yeap.


Por: Said Abdunur Pedraza



Esta es una historia de vida llena de matices, por eso decidí escribirla en varias partes que publico en artículos separados. Espero que cada artículo resulte al lector más interesante e inspirador que el anterior.

Primera parte: El hambre de más

La resistencia al cambio es una de las fuerzas más poderosas dentro de los seres humanos. Es un sentido natural de protección; las personas procuran aferrarse a lo conocido, lo que les da sensación de seguridad. Sin embargo, lo conocido no necesariamente es algo tangible. La gente se aferra a promesas e ideas que parecen garantizar bienestar, éxito, o simplemente comodidad. Por ejemplo, la idea de que si se obtiene mucho dinero se vive con tranquilidad, o la de que si se obtiene fama se vive con felicidad.


Por otro lado, la resistencia al cambio nos ayuda a mantener tradiciones y costumbres sin las cuales no podría mantenerse el tejido social. Pero también puede llevar al estancamiento de las personas y de la sociedad. Por ejemplo, es uno de los grandes inconvenientes a los que deben enfrentarse las empresas cuando realizan restructuraciones profundas o fusiones. La resistencia de los empleados al cambio puede resultar muy costosa, e incluso puede dar al traste con el proyecto.

Por supuesto, la resistencia al cambio depende del entorno social, del concepto de cambio y del concepto de bienestar, de mejora y de estabilidad. En nuestro entorno actual, cambiar de trabajo o de residencia resulta traumático para mucha gente. Casarse o tener hijos ya no se piensan como procesos o etapas normales en la vida, sino como grandes saltos o incluso errores, que sacan a la gente de su zona de confort y ponen en peligro sus logros académicos, laborales y económicos. Por ello, el matrimonio y los hijos generan pánico en grandes sectores de nuestra sociedad, en lugar de deseo y felicidad, lo que nos diferencia de otras culturas, donde son considerados como algo necesario, deseable e irremplazable.

En nuestra sociedad, cada vez más vacía y monetizada, el bienestar y la estabilidad están asociados al poder y el estatus, que a su vez dependen del éxito, la fama y los bienes que una persona pueda acumular. Y quiero subrayar: que una persona pueda acumular. Nunca pudo, pero tampoco podría. Es decir, esto se plantea en un futuro supuestamente cercano y cierto. Hemos olvidado que el mañana no existe, que nadie tiene la vida garantizada, y vivimos siempre en ese futuro que creemos inmediato y verídico. La estabilidad y el bienestar están siempre un paso delante de nosotros: a la distancia de un clic de ratón, de una tarjeta de crédito, de una pensión, de una firma del banco, de una entrevista de trabajo, de un premio del baloto o de una aparición en un reality. Y subrayo también: están siempre un paso adelante. Si logras dar ese paso, te darás cuenta al instante de que la seguridad, la felicidad, la tranquilidad, están más allá, a unos dólares más, o unos meses más, o un préstamo más, o unas entrevistas más de distancia.

Esto nos ha convertido en una sociedad hambrienta: siempre queremos más, y nuestra hambre está consumiendo por completo al mundo, agotándolo, destruyéndolo, pero no podemos detenernos y tampoco disfrutamos de lo que conseguimos a ese precio tan elevado. Tenemos hambre de más, pero no de más cosas que nutran nuestro espíritu, mejoren nuestra sociedad y protejan el planeta. No, nuestra hambre solo nos genera ansiedad por la constante necesidad de buscar algo que por fin nos llene, depresión porque cada vez que logramos algo descubrimos que no nos llena y que seguimos hambrientos, y una miopía que nos hace creer que nuestra hambre desaforada es algo innato del ser humano y que, por lo tanto, no hay salvación para nuestra especie.

En esta civilización moderna, capitalista, occidental, siempre estamos “a un paso de lograrlo”, y mientras más tiempo transcurre, más larga es nuestra historia de lucha por alcanzar ese “sueño”, así que cambiar el rumbo se nos antoja más absurdo, indeseable, aterrador. Además, nos sentimos cada vez más seguros en lo que hacemos, gracias a la experiencia ganada, y eso nos aumenta el temor a fracasar si intentamos algo nuevo. Y el fracaso es algo imperdonable en nuestra sociedad.

La Dra. Pilar Sordo, psicóloga chilena que se ha hecho famosa porque sus libros se han convertido en éxitos de ventas y sus conferencias siempre convocan grandes cantidades de personas, cuenta la historia de una mujer a la que conoce desde hace más de quince años. Ella siempre decía que sería feliz cuando le saliera el subsidio para comprar vivienda, y cuando lo obtuvo dijo que sería feliz cuando ampliara la casa, y cuando la amplió dijo que sería feliz cuando la amoblara, y cuando la amobló dijo que sería feliz cuando le hiciera el segundo piso, y cuando lo hizo dijo que sería feliz cuando amoblara ese segundo piso, y cuando ya había conseguido todo lo anterior, decidió que sería feliz cuando se cambiara de casa, porque esa ya le había quedado pequeña. Pero entonces, por fin abrió los ojos, y se dio cuenta de que nunca se había sentado un rato en la sala de su propia casa a disfrutarla y decirse: “¡Tengo casa!”

Lo curioso es que, al parecer, esta mujer siempre estaba buscando el cambio, siempre estaba trabajando por más, estaba progresando sin parar. Pero en realidad, se trataba de un cambio externo, de un avance falaz, que en lugar de llenarla le producía cada vez más vacío, le hacía sentir más hambre. Cambiar en su interior le generaba resistencia. Y solo cuando quebrantó esa resistencia, pudo ver más allá y descubrir que la vida no puede centrarse en perseguir permanentemente un objetivo que siempre está a un paso más allá. Esa es la vida del que se esfuerza en llegar al extremo del arcoíris, y no solo jamás lo consigue, sino que gasta tanto tiempo y energía en su empresa, que se olvida de construirse una vida verdadera. El problema es que, mientras más tiempo pasa convenciéndose a sí mismo y tratando de demostrarle al mundo que está avanzando en su propósito, y que indudablemente un día alcanzará su meta, que el final del arcoíris está a su alcance, más difícil se le hará reconocer que ha errado el camino y más fuerte será su resistencia al cambio.

Entonces, ¿cómo podría alguien pensar en dejar atrás el glamour de las pasarelas, la televisión, las portadas de revistas, los vuelos privados, los hoteles de cinco estrellas, los grandes espectáculos y la fama, para iniciar una nueva vida según la cual, sus logros más importantes no han sido más que los ladrillos con que ha ido construyendo su propia condenación? ¿Cómo abandonar una carrera en su mejor momento, para iniciar una vida nueva en la que podría no tener el mismo éxito, tan anhelado y tan difícil de alcanzar?

Pues eso es lo que ha hecho recientemente Felixia Yeap, quien soñó desde niña con ser una supermodelo. Ganó concursos de belleza y programas de reality, y luego apareció semidesnuda en la revista Playboy. Entonces, le llovieron ofertas laborales, acaparó las portadas de las revistas de deportes, su propio club de fans creció a nivel internacional, su nombre se convirtió en sinónimo de belleza y sensualidad, y de repente… Asumió una forma de vida según la cual, toda su carrera y sus logros, por los que se sacrificó y trabajó tan duro, solo la han alejado del buen camino y le han impedido ver la verdadera luz. Acostumbrada a pasearse frente a la gente y las cámaras con ropas que no le cubrían más del 20% del cuerpo, sonriendo con coquetería y adoptando poses sexualmente insinuantes, decidió aceptar una filosofía según la cual, no debe mostrar en público sino su rostro y sus manos, con pudor y recato.

Fue un cambio duro que la obligó a abandonar los trabajos por los que ganó fama y a dejar de lado las ofertas que le hacía el mundo del espectáculo. Esto provocó el rechazo de muchos de sus fans, así como de sus amigos más cercanos y de algunos de sus familiares. Pero no solo eso. Produjo también el rechazo de algunos de los mismos seguidores de su nueva forma de vida, a quienes ahora llama hermanos, y que la han juzgado con severidad por su pasado, que está indeleblemente registrado en entrevistas, artículos, fotografías y videos diseminados en la Web, en multitud de revistas y periódicos tanto digitales como impresos, y en programas de televisión internacionales.

Al saberse la noticia de su cambio, centenares de periódicos impresos y virtuales, blogs, sitios de entretenimiento en Internet y programas de noticias de la farándula, publicaron una oleada de artículos superficiales con imágenes en las que Felixia aparece con su nueva forma de vestir, cubierta de pies a cabeza, al lado de aquellas fotos en las que sus ropas no habían requerido más de un metro de tela, y que servían para realzar más que para cubrir. Y bajo esos artículos y fotos, docenas de desconocidos se han enzarzado en discusiones bizantinas sobre si ella es sincera o no en su transformación, si su intención es buena o mala, si la obligó el novio, si tiene novio o no, y en fin, en términos desobligantes malgastan su tiempo y su energía incomodando a los demás, en un esfuerzo tan absurdo y fútil como el de quien se devana los sesos por determinar la dieta diaria de los unicornios.

En el próximo artículo de esta serie, conoceremos la historia de cómo Felixia llegó a convertirse en una supermodelo.

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